lunes, 20 de mayo de 2019

Puchero

¿Existe algo más hogareño que un puchero? Lo soñamos durante toda la semana.

Es martes y Pablo ya encarga los cortes al carnicero. Osobuco, falda, chorizos de cerdo, morcilla dulce, panceta ahumada, patitas de chancho y el infaltable en un verdadero puchero: el rabo.

Yo, por mi lado, promediando el jueves, salgo al mercado del barrio en busca de los vegetales. Consigo un zapallo de corteza gris con pulpa bien anaranjada, papas, batatas, zanahorias, apio, choclos, repollo colorado, cebollas, una cabeza de ajo entera para desdentar dentro de las ollas y unos preciosos repollitos de bruselas. Todo se ve fresco y crujiente, pero tendrá que esperar un par de días más.

El pedido del carnicero llega el viernes por la tarde y el pronóstico indica lluvioso y fresco para el mediodía del domingo.

Tenemos todo, incluido el vino tinto que hemos de paladear junto al abanico de colores y sabores que que se superponen en las ollas. 

En la olla de hierro van las carnes a hervir y espumar. En la de tapa azul, van los embutidos (la morcilla va al final). Y en otras tres ollas de tamaños variados, las verduras trozadas de modo rústico y protuberante con un puñado de sal gruesa y agua que ha de transformarse en el caldo más sustancioso de la vida entera.

El puchero comienza a largar vapor ese domingo por la mañana de pronostico anunciado y cumplido. Su olor a comedor casero empaña los vidrios de nuestra cocina y nos llena los labios de ilusión.

Ponemos una mesa a la altura de las circunstancias. En el comedor. De cara al jardín ocre empapado. Descorchamos el vino. Acercamos las ollas, cucharas y cucharones mientras grito a viva voz el clásico "A comeeeeeer!". 

Se oyen fuertes pisotones que retumban por la escalera de madera, cual pelotón en un cuartel. Es innegable: el puchero congrega y sacia el hambre con generosa variedad. Un poquito de cada cosa va decorando todos los platos. Nada queda sin probar. Se bebe, se come, se charla. Las panzas se llenan de agradecimiento por semejante festín familiar.

Todos pipones y, tras juntar los trastos, nos disponemos entonces, sí, al merecido descanso dominical...

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