La naturaleza nos ofrece infinidad de productos maravillosos, pero en las grandes ciudades, por lo general, solo se encuentran en los mercados o en alguna maceta perdida en algún balcón... Al alejarnos un poco de las urbes, se nos presenta la posibilidad de ponernos en contacto con lo natural de manera espontánea. Si visitamos un establecimiento donde se cultivan o crían alimentos, por más que éste se encuentre en un medio natural, no constituye un ámbito espontáneo...
Hoy estoy en el bosque. Quienes viven aquí y quienes tenemos la fortuna de poder hospedarnos de cuando en cuando en él, tenemos la preciosa chance de disponer, responsablemente, de sus amables recursos. Para lograrlo debemos, necesariamente, conectarnos con el entorno y aprender a distinguir sus ciclos y señales.
Durante el otoño, justo después de las lluvias, el bosque de pinos nos ofrece sus tesoros dorados y enanos: ¡Funghi! Sí, hongos de pino. Alimento proteico y delicioso, generoso por sus cualidades para ser preservados disecados en nuestra alacena. Simplemente, hay que saber reconocerlos y recolectarlos, y si no se consumen frescos, dedicarles algo de tiempo para su conserva.
Así que, como anoche llovió copiosamente sobre nuestra cabaña en el bosque, hoy a la tarde emprendimos una larga y saludable caminata en busca de tesoros otoñales. Nos adentramos en el silencio y la quietud, salpicados por el cantar de los pájaros y el crujir de la pinocha con cada pisada. Las piñas grandes y abiertas que reposan desde su caída estival esperan nuestra llegada. Nos perdemos en el tiempo entre troncos pardos y pasajes ondulados. Vemos cruzar una liebre que, veloz, se confunde con el color del entorno. Más adelante, festejamos la aparición del primer hongo comestible de nuestro paseo.
Y así, nos dejamos llevar por el tiempo. Sin restricciones. Nada pactado. Nada ordenado. Pura espontaneidad. Sin quererlo, llegamos a la capilla del bosque y está abierta. Allí, agradecemos nuestra fusión con la naturaleza divina y, ahora sí, el mandamiento del hambre, fruto de nuestro andar, nos guía de vuelta a la cabaña.
Encendemos el fuego del hogar con la leña seca de ramas caídas y olvidadas. Mientras preparo los hongos para su secado, el mate está listo y el fuego chisporrotea. Ah... suspiro... Puro placer. Contemplación y descanso
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Para quienes deseen recolectarlos, deben tener en cuenta su locación (en un bosque de pinos), su color, y su base no debe ser rayada, sino como una esponja. Para disecar, se extrae su película superior, se troza y se deja secar en papel absorbente en un lugar cálido o al sol.
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Que disfruten de la semana y del tibio sol de Mayo.
Ay qué lindo poder estar ahí! Tu relato suena tan relajado que dá envidia! Jajaja
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